Crit Revolucionária 2022;2:e006
ARTIGO DE DEBATE

doi: 10.14295/2764-4979-RC_CR.v2-e006

Elementos para una reelaboración crítica del concepto de fascismo

Elements for a critical reelaboration of the concept of fascism

Elementos para uma reelaboração crítica do conceito de fascismo

Rogelio REGALADO MUJICAi

iBenemérita Universidad Autónoma de Puebla - BUAP, Facultad de Ciencias Políticas y Sociales. Puebla, Pue., México

Received March 25, 2022
Accepted August 02, 2022

Autor de correspondência: Rogelio Regalado Mujica rogelio.regalado@correo.buap.mx

Copyright: Artigo de acesso aberto, sob os termos da Licença Creative Commons (CC BY-NC), que permite copiar e redistribuir, remixar, transformar e criar a partir do trabalho, desde que sem fins comerciais. Obrigatória a atribuição do devido crédito.


Resumen
El texto pretende realizar un análisis crítico alrededor del concepto de fascismo y sus implicaciones para la política contemporánea. La propuesta se divide en tres apartados: el primero, plantea una crítica a la interpretación del aquí denominado «fascismo catatónico», en la que se plantea un rechazo a la reemergencia del fascismo contemporáneo que vuelve al terreno político tras ser aniquilado al finalizar la Segunda Guerra Mundial. El segundo apartado, distingue al fascismo en su forma «exotérica» y «esotérica». Esta distinción, tiene que ver con la comprensión de la relación existente entre fascismo y capitalismo. Aunque estas posiciones son hasta cierto punto complementarias, el texto intenta tensionarlas, así como muestra los límites de la lectura «exotérica» y las posibilidades que abre la interpretación «esotérica». El trabajo concluye con algunos apuntes que sirven para problematizar la reelaboración del concepto de fascismo en un ejercicio crítico que busca sumar al enfrentamiento de una de las formas de dominación más terribles de la modernidad.

Descritores: Fascismo; Capitalismo; Marxismo; Teoria da Crítica.

Abstract
The text aims to carry out a critical analysis of the concept of fascism and its implications for contemporary politics. The proposal is divided into three sections: the first, raises a critique of the interpretation of the so-called «catatonic fascism», in which a rejection of the re-emergence of contemporary fascism that returns to the political arena after being annihilated at the end of World War II is raised. The second section distinguishes fascism in its 'exoteric' and «esoteric» «forms». This distinction has to do with the understanding of the relationship between fascism and capitalism. Although these positions are to some extent complementary, the text tries to stress them, as well as to show the limits of the «exoteric» reading and the possibilities opened by the «esoteric» interpretation. The work concludes with some notes that serve to problematize the reworking of the concept of fascism in a critical exercise that seeks to add to the confrontation of one of the most terrible forms of domination of modernity.

Descriptors: Fascism; Capitalism; Marxism; Critical Theory.

Resumo
O texto visa realizar uma análise crítica do conceito de fascismo e suas implicações para a política contemporânea. A proposta é dividida em três seções: a primeira é uma crítica à interpretação do chamado «fascismo catatônico», na qual é proposta a rejeição do ressurgimento do fascismo contemporâneo que retorna à arena política após ser aniquilado no final da Segunda Guerra Mundial. A segunda seção distingue o fascismo em suas formas «exotéricas» e «esotéricas». Esta distinção tem a ver com a compreensão da relação entre fascismo e capitalismo. Embora estas posições sejam em certa medida complementares, o texto tenta colocá-las em tensão, assim como mostrar os limites da leitura «exotérica» e as possibilidades abertas pela interpretação «esotérica». O trabalho termina com algumas notas que servem para problematizar a reformulação do conceito de fascismo em um exercício crítico que procura acrescentar ao confronto de uma das mais terríveis formas de dominação da modernidade.

Descriptores: Fascismo; Capitalismo; Marxismo; Teoría Crítica.


Introdução

Contra el fascismo catatónico

Al término de la llamada Segunda Guerra Mundial, los Aliados declararon sin pulso vital al fascismo y celebraron entre los escombros el triunfo de la democracia reclamada tanto por socialistas como por capitalistas. Instruyeron a sus medios de difusión publicar la hora de muerte y colocarlo, como pieza de museo, en la sala donde se exhiben las victorias de la civilización. En el amanecer de la historia, las víctimas también fueron enterradas en un pasado que se asumió cada vez más lejano y diseccionado con precisión absoluta, concluyendo que no se trataba más que de un lamentable accidente en el flujo de la modernidad del que ya se había hecho justicia. No obstante, en el avanzado siglo XX, siglo de la catástrofe, como le denomina Hobsbawm,1 una fuerza represiva se impuso en numerosos lugares del mundo. Las dictaduras latinoamericanas, Vietnam, Pol Pot, México 1968 y una larga lista más, se agregaron con mayor o menor intensidad a los paralelismos con aquellos años del dominio fascista en Europa. Para los comentaristas políticos, esto significó que el fascismo quizá mantenía un ojo abierto que reflejaba la dinámica de autoritarismo y barbarie.

En el discurso estadounidense y de sus cómplices, la desintegración de la Unión Soviética cristalizó el triunfo de la democracia representativa que suponía imposible la reemergencia de algún régimen autoritario en el mundo. La cadena de significados que arrastraba el triunfalismo norteamericano, también se ligó al «desvanecimiento» del Estado nacional en pro de una interdependencia cada vez más profunda que puso ánimos renovados en la globalización en la fase neoliberal. De tal manera que el sustento nacionalista, asumido como pilar de la forma fascista, ya tampoco parecía una preocupación contemporánea.

Muy poco duró tal perspectiva. Por un lado, se enfrentó a una crítica brutal que cimbró sus cimientos, como lo demostró la emergencia zapatista cuya radicalidad frente a la falsa dignidad del multiculturalismo trazado desde los centros de poder lo cuestionó todo. También lo hizo la Batalla de Seattle y su desafío contra la arquitectura que tejía el mercado mundial. Por otra parte, una respuesta conservadora dio cuenta del rechazo a la globalización a través de procesos como los que acompañaron a la disolución de Yugoeslavia o a la matriz nacional popular que adoptaron los progresismos latinoamericanos en el inicio del siglo XXI. La supervivencia del nacionalismo, fortalecida por su oposición a la globalización, ya dejaba ver que la posibilidad de que el ultranacionalismo palingenético2 se renovará como fuerza social continuaba abierta.

Algunos años más tarde, en el 2008, la crisis acentuada del capitalismo volvió a poner sobre la mesa la posibilidad de desmoronar el mundo social tal cual lo conocemos. La potencia de los reclamos, con fuerte eco por expresarse desde el norte global, alumbraron los edificios de Nueva York, Londres, Roma, Madrid, etc. Occupy dio lecciones de una política prefigurativa3 que mostró, al menos por instantes, que el derrumbe del capital no parecía tan lejano, aunque intercambió su posibilidad emancipatoria con el abandono de la revolución por la democracia.4 Sin embargo, al mismo tiempo que la fuerza de estos movimientos se peleaba entre la cooptación institucionalizada y la posibilidad de un mundo distinto, en la crisis de los subprime y de otros sectores igualmente golpeados por el desastre financiero germinaba una figura mucho más oscura. Tal vez el 8 de noviembre del 2016 pueda verse como el momento más mediático del camino tomado por la ira popular con la elección de Donald J. Trump en Estados Unidos. Si antes de ese momento habían aparecido señalamientos desde los centros de producción de conocimiento y difusión más privilegiados de una emergencia neofascista, populista de derecha, etc., lanzados con exagerada mesura, después del fenómeno Trump parecía que todas las primeras planas aceptaban el cambio de coordenada en la geometría política oficial y anunciaban que aquel fascismo puesto en vitrina, más que muerto, tuvo síndrome catatónico y estaba nuevamente en las calles.

Esta interpretación, bastante difundida entre muy diversos sectores políticos, es adecuada si se entiende al fascismo solo en la superficie, en su manifestación abierta y militante. Obviamente, para sostener esta crítica hace falta una argumentación que desglosaremos a continuación, aunque antes, es necesario establecer un breve comentario sobre la difusión del concepto.

Los conceptos se parten en un campo de batalla. La identificación del sujeto y el objeto en el concepto tiene consecuencias políticas tan importantes como peligrosas, por lo que su discusión es central. El concepto de fascismo fue difuso desde el momento en que se acuñó. Más allá de la definición que cerró el partido de Mussolini, lo que intentó nombrar trepó por distintas ramas. El problema es que, tras la derrota militar de las potencias del Eje, se incorporaró al lenguaje popular de una forma tan amplia, que su enunciación se volvió una herramienta política de doble filo y un lastre analítico. Ha sido muy común que entre la derecha y la izquierda se acusen de fascistas con el ánimo de desprestigiar al oponente y ganar terreno. También, muchos grupos han conseguido desarrollar políticas identitarias en el Estado a partir de sus denuncias contra un fascismo que les oprime. Se ha identificado autoritarismo, totalitarismo, antisemitismo, racismo, xenofobia y misoginia con el mismo término. Todos los males caben en el fascismo, pero, al final, se vuelve tan relativo que no alcanza para explicar y posicionarse más allá de la inmediatez si lo concebimos en este campo. ¿Vale la pena entonces hablar sobre el fascismo? Definitivamente. La cuestión es empujar de la inmediatez a la profundidad para dar cuenta del contenido crítico, en oposición al positivo, que tiene tal concepto.

Desde el primer punto de vista, el positivo, domina la tradición de pensarle a partir de la jaula de hierro que le impuso el norte global en su producción colonial del conocimiento: un problema geográfica y temporalmente delimitado que no puede reproducirse idénticamente porque las condiciones en que emergió fueron bloqueadas a través de las instituciones creadas precisamente para contenerlo y lo han hecho con éxito. Desde el segundo punto de vista, el negativo, se comparte la especificidad histórica, pero esta no debe confundirse con la exclusividad. Ningún concepto serviría para comprender, en términos históricos, más que el proceso para el que fue elaborado. La posibilidad lógica nos mueve contra la estática: precisamente posiciona a la especificidad como un argumento contra lo ontológico. Auschwitz no puede repetirse en la historia, pero su lógica pasa una y otra vez frente a nuestros ojos.

Regresando al punto del fascismo catatónico, es importante esbozar al menos el argumento sobre su rechazo: desde este punto de vista, no es posible explicar las mediaciones que se establecen entre la constitución de un régimen o forma de gobierno y su dispersión social. Si solo se entiende una remergencia del fascismo o se limita a plantear líneas de continuidad a partir de su aparición como forma de gobierno, no solamente harían de la cuestión del fascismo una vertiente de la «política», más no de lo «político», que por supuesto que puede ser contenido «en» el Estado, con los elementos de la democracia representativa y su concurso de popularidad cuando intenta ser transparente, sino que, además, el tan aparentemente elemental movimiento de masas tendría un rol instrumental y victimario. No sería más que una masa inerte conducida a la barbarie a partir de una motivación utilitarista, entre la minimización del dolor y la maximización del placer, que se alinea al régimen tan endulzada por la promesa de liberación como aterrada por la posibilidad del castigo. Nuevamente, esta postura alumbra relaciones importantes que deben ser estudiadas, pero cerrar el asunto ahí, sería dar por verdadera la espontaneidad de una fuerza se sustenta en mucho más que una corriente de aire.

Si la emergencia del fascismo se entiende exclusivamente como forma de gobierno, se puede plantear un programa de investigación que atienda de manera muy limitada tal dimensión, como se ha abordado desde buena parte de la academia dominante en disciplinas como la Ciencia Política en años recientesa, por ejemplo. Si, por el contrario, se entiende que las líneas de continuidad nos alumbran una latencia que es en realidad el centro y no el margen, las consecuencias políticas nos desplazarían del espacio exclusivo de las instituciones oficiales al campo popular.

La idea catatónica hace nebulosa la sustancia del fascismo, pero descriptivamente es útil para comprender la inmediatez y construir una estrategia política movilizadora. Hablar del retorno tiene que ver también con el trauma, con la negación de que lo que causo el terror, en realidad está entre nosotras y nosotros.

Fascismo exotérico y fascismo esotérico

La interpretación de la espontaneidad, la catatónica, tiene un punto de contacto que se puede sumar a otra línea más general en el que confluyen distintas, y en muchas ocasiones opuestas, tradiciones políticas. Me refiero a una interpretación que he denominado «fascismo exotérico»b.5

Como básicamente cualquier manifestación social, el fascismo está ampliamente relacionado con el capitalismo. Entender la forma y fondo de esta relación es sustancial para comprender su dinámica no de manera aislada o fragmentaria, sino interconectada a una serie de violencias y procesos que requieren grandes esfuerzos de investigación para abrir sus características particulares.

Lo cierto es que la idea de que existe una relación entre fascismo y capital, que parece más que obvia en diversas lecturas críticas, no lo es tanto en otras tradiciones que gozan de amplia difusión. En los argumentos liberales, por englobar a una corriente que estrictamente no lo es y que presenta grandes divergencias a su interior, la relación entre fascismo y capital, cuando mucho, se presenta a partir de la descripción corporativista del Estado y el papel que tuvieron los grandes señores de la industria en el periodo de entreguerras. Este punto de vista, sin mayor explicación, ignora la profundidad de las relaciones sociales capitalistas que, por supuesto, no son idénticas al mercado o a la acumulación de dinero por parte de individuos o grupos de individuos. Muy probablemente, el trabajo elaborado desde este punto de vista ha enriquecido el conocimiento sobre las particularidades de los sistemas políticos, las prácticas de gobierno y otras manifestaciones institucionales de los regímenes fascistas históricos. Sin embargo, incluso cuando muestran un gran ánimo por combatir esta fuerza política, su discurso termina en una reconciliación con la mera voluntad que abraza el orden existentec.6

La relación entre fascismo y capital que se presenta en las lecturas «liberales» constituye un ejemplo francamente famélico del fascismo exotérico, aunque es terriblemente importante mencionarlo por la confrontación política que abre con diversas argumentaciones críticas. Es precisamente a partir de estas últimas que podemos establecer con mucho mayor precisión las características del fascismo exotérico. Concretamente, refiere al vínculo entre fascismo y capitalismo pero solo comprendiendo a este último en su exterioridad. Esto no quiere decir que se vea al fascismo por fuera del capitalismo, sino que su punto de contacto es la superficie, lo que aparece del capitalismo, y no su sustancia. Como lo plantearía Moishe Postone,7 sería una crítica de la distribución y no de la producción.

Es quizá natural que esta corriente tuviera en sus filas a varios marxistas militantes que vivieron el ascenso del fascismo europeo, puesto que uno de los objetivos básicos de este último consistió en desarticular la organización proletaria en una batalla librada en las calles. En este camino, destacan las discusiones de la Tercera Internacional y sus agudos debates, donde ha sido particularmente famosa la interpretación de Thalheimer8 que entabló un diálogo entre el fascismo y el bonapartismo, distinguiendo a estas formas por la reconfiguración de las relaciones de capital, en especial la dinámica imperialista de aquel momento, el movimiento de masas y las diferencias culturales en los territorios en que se manifestaban, para dar cuenta de un fenómeno que era verdaderamente novedoso y, por lo tanto, históricamente específico. No obstante, es quizá en la voz de Clara Zetkin,9 militante de la Internacional de Mujeres, que quedó expuesto con mayor claridad la crítica a uno de los principios más importantes de la lectura marxista militante: la idea del fascismo como contrarrevolución.

En su emergencia despiadada contra las organizaciones proletarias, Zetkin9 posicionó muy bien la idea de que el fascismo debía entenderse no como un simple contraataque de la burguesía para subsumir la potencia proletaria, sino más bien como un castigo por su incapacidad de extender la revolución, cuestión que no solamente se gestaba en el plano militar, sino también en el ideológico y político, penetrando incluso las capas más recias del proletariado.

Esta crítica, aunque importante para pensar en el fascismo no solo como sujeto, sino también como objeto, contiene un límite que radica en la contingencia. Parece que hay una reticencia por comprender al fascismo en sus propios términos: contrarrevolución o fracaso de la revolución se entienden como un desdoble del papel del proletariado. La posibilidad del fascismo de desarrollarse en tanto régimen probablemente dependa de condiciones coyunturales vinculadas a las relaciones de clase, pero su posibilidad de existir no se encuentra sino en lo que le es inmanente.

No obstante, la experiencia del fascismo como contrarrevolución, tiene mucho que decir sobre la acción política histórica y contemporánea. Quizá, dos de sus más destacados adeptos, Gramsci10 y Trotsky11, nos pueden ofrecer una perspectiva más aguda al respecto. El concepto del fascismo en Gramsci10 fue madurando conforme la coyuntura y está sumamente relacionado con la totalidad de su corpus teórico. De hecho, es posible interpretar su obra en general como una lucha contra el fascismo.

Aunque sobre todo sus escritos tempranos se suman a la lectura de la contrarrevolución, en sus planteamientos también se pueden observar elementos que allanaron el camino para una perspectiva no estancada en la estrategia:

¿Qué es el fascismo si se observa a escala internacional? Es un intento de resolver los problemas de producción y los asuntos financieros con la metralleta y el revólver. Las fuerzas productivas han sido arruinadas y dilapidadas en la guerra imperialista: veinte millones de jóvenes en la flor de la vida y con sus capacidades intactas han muerto, otros veinte millones han quedado inválidos; los miles y miles de vínculos que conectaban los diferentes mercados mundiales se han roto violentamente; han cambiado drásticamente entre la ciudad y el campo, y entre la metrópoli y las colonias; los flujos migratorios -que restablecían periódicamente los equilibrios entre la excedencia de población y la potencialidad de los medios productivos de una nación- han quedado desvirtuados y no discurren con normalidad. Se ha creado una unidad y simultaneidad de crisis nacionales que hace, por ello, durísima y sempiterna la crisis general. Pero en todos los países existe un estrato de la población -la pequeña y mediana burguesía- que se cree capaz de resolver estos problemas gigantescos ametrallando y disparando, y este estrato alimenta el fascismo, suministra efectivos al fascismo.10(34)

Este argumento, al mismo tiempo que se sostiene en la imagen de la contrarrevolución, encuentra su caldo de cultivo a partir de una vida en crisis. La reflexión sobre esta última nos ánima a establecer un vínculo no mecánico, que por cierto es sumamente pertinente para la actualidad, sino más bien particularmente situado en las múltiples variables que atraviesan una situación.

También, es muy interesante comprender el énfasis que Gramsci pone en la Primera Guerra Mundial no como una derrota del proletariado en medio de la disputa imperialista y la crisis de su expansión colonial, sino como el daño a la vida misma ocasionado por la brutalidad de un conflicto que no podía simplemente terminar con los Tratados de Paz. El énfasis en la estrategia, la coerción y el consenso, es muy importante para combatir el terreno político manifiesto, pero la atención en una sombra que transformaba la vida misma por la particularidad de su violencia, abre una dimensión en la relación con el capital que no cabe en su explicación económica.

Por otra parte, Trotsky11 también se vio obligado a pelear contra el fascismo en la coyuntura, aunque la experiencia italiana en realidad ya tenía varios años desarrollándose al momento de sus primeros escritos sobre el fenómeno. Particularmente, Trotsky analiza el ascenso de los nazis desde el punto de vista de la derrota del proletariado y su incapacidad para formarse en un partido que pudiera hacerle frente a la avanzada fascista, caracterizada fundamentalmente por una respuesta de la pequeña burguesía en el contexto del desastre financiero de 1929d.

La pregunta central de Trotsky11 es verdaderamente pertinente en la actualidad: ¿por qué en el momento en que las condiciones materiales hacen posible la superación del capital presenciamos la emergencia del terror y no de la emancipación? Su respuesta se ve enredada en la frustración de la organización proletaria y su incapacidad de tomar el poder del Estado. La misión histórica del fascismo, acabar con el último resquicio del proletariado según Trotsky: «[...] la esencia y el papel del fascismo consiste en liquidar completamente todas las organizaciones obreras e impedir todo renacimiento de las mismas»,11 dolorosamente fue llevada a cabo, aunque no necesariamente por el régimen fascista.

El problema de centrar la atención en este concepto de fascismo es que, si la razón elemental del fascismo es aniquilar al proletariado, ¿qué sentido tiene su despliegue contemporáneo? Si lo que queda hoy del proletariado solo se puede articular a través del progresismo, que ni siquiera carga en sí elementos fundamentales del proletariado, entonces lo que se necesita como contrarrevolución no es sino una caricatura, que definitivamente no corresponde a lo que enfrentamos.

Obviamente, hoy que ya no existe el proletariado hay otras fuerzas en la sociedad que se incomodan frente a la terrible situación que nos azota y que tienen una potencia alumbradora, pero el argumento de la contrarrevolución, si se plantea en términos reaccionarios, no puede sostenerse sino a través de un concepto reduccionista de la lucha de clases entre propietarios y desposeídos o en su actualización, entre privilegiados y marginadose. Ya no solo el fascismo, sino fascistas personificados tal cual, se convierten en el instrumento de una burguesía urgida de acumulación que, para solventar la crisis que atraviesa, suelta la cadena de la bestia. Sin embargo, no existe relación mecánica entre crisis del capital y fascismo, ni tampoco un mando central que tire de los hilos, como se ha mostrado una y otra vez en las reconfiguraciones del capital, tanto en sus agentes, como en las relaciones de poder a nivel nacional e internacional.

La relación entre fascismo y capital para el marxismo militante es una promesa de garantía sobre la acumulación y circulación de capital. Su análisis político es verdaderamente útil para abrir la estrategia de un movimiento con aspiraciones a instaurarse como régimen, pero su conceptualización del capitalismo, que finalmente se reduce a la esfera económica sin que ello inmediatamente anule sus implicaciones políticas y sociales, no da cuenta de la profundidad que puede tener en una sociedad donde impera la «riqueza como un enorme cúmulo de mercancías» y, por lo tanto, donde el valor estrangula con sus condiciones.

Una lectura identitaria del fascismo resulta sumamente problemática: con todo el reconocimiento que podemos tener a las luchas, resistencias y desafíos que han planteado a la dominación, es necesario insistir que, tanto política como analíticamente, acercarse al fascismo a partir de su positivización nos conduce a la realización de las mismas prácticas que pretende erradicar.

Enarbolar una lectura no-identitaria del fascismo es un intento que se puede rastrear en la denominación del «fascismo esotérico». El punto de partida de esta interpretación es la relación intrínseca entre fascismo y capital, en donde este último no se reduce a un modo de producción, ni mucho menos a una cosa. Esto no quiere decir que las condiciones de clase y las disputas presentadas en la superficie no sean relevantes, sino que tiene que ser visto solo como una dimensión del problema y no como un todo. Entenderlo de esta última forma, condiciona la acción política al fracaso.

Es posible que el origen de esta propuesta se haya formulado en un momento histórico un tanto paralelo al del fascismo exotérico, aunque el núcleo experiencialf y una elaboración crítica mucho más radical, dio como resultado el despliegue de una propuesta que es muy pertinente para nuestros tiempos. Entre los primeros estudios que podemos mencionar en esta línea, se encuentran los elaborados por el Instituto de Investigaciones Sociales de la Universidad de Frankfurt. Para los pensadores de la primera generación de la denominada Teoría Crítica, la emergencia de los nazis no fue una sorpresa. En realidad, los trabajos que realizaban en relación a la autoridad, el papel de la clase obrera, la familia, entre otros, les hizo tomar en serio las señales de alerta que se manifestaban en el camino allanado por los nazis, aunque es probable que simplemente por su orientación intelectual y sobre todo su condición racial, no tuvieran muchas más opción que la atención aguda y temerosa.

Cuando los nazis arribaron al Instituto, básicamente ya se había trasladado al exilio, en donde continuaron una lucha contra el fascismo tan activa y contradictoria que incluso significó la participación de algunos de sus miembros más destacados en los servicios de inteligencia del gobierno estadounidense bajo la consigna, como diría Pollock en una entrevista realizada por Martin Jay,12 de un antinazismo fervienteg.

Algunos de los elementos más importantes del fascismo esotérico tuvieron como precedente un debate temprano entre el capitalismo de Estado y el capitalismo monopólico que se sostuvo a partir del trabajo de Friedrich Pollock13 y de Franz Neumannh.14 Lo que se discutía era básicamente el esclarecimiento del camino que tomaba la transformación del capital frente al agotamiento de su forma liberal, teniendo como resultado o bien una primacía de lo político o, por otro lado, una primacía de lo económico. Lo que esto quiere decir es que el capitalismo era controlado por agentes políticos o que, por el contrario, los monopolios eran las entidades más importantes en el mantenimiento de la dominación. Ambas propuestas fueron muy importantes para las discusiones sobre el Estado en las décadas siguientes, aunque la perspectiva que gozó de mayor circulación fue la de Pollock, apoyada por Horkheimer y Adorno.15 Desde el punto de vista de Pollock,13 lo que estaba en juego con la reconfiguración del capital, era una disputa por el poder que se libraba ya no a través de la posesión de los medios de producción, sino más bien una especie de control gerencial que se vinculaba al crecimiento de las políticas fascistas, aunque también explicaba el capitalismo de Estado socialista e incluso al New Deal de Roosevelt.

En estas interpretaciones, limitadas aún por un concepto de capital fundamentalmente económico, se añadió el esclarecimiento de un aspecto más sobre el régimen nazi y la sociedad postliberal, como lo señaló Marcuse:16 la indisolubilidad de la aspiración de poder político y la lógica de acumulación. Trenzar estas dos manifestaciones, que hoy nos parece bastante común para la izquierda no ortodoxa, fue una aportación sumamente importante para replantear la relación entre Estado y capital y, por lo tanto, cuestionar el papel del fascismo solo como instrumento en la lucha de clases.

Precisamente esa fue una de las muchas preguntas que tanto Adorno como Horkheimer se encargaron de trabajar todavía en el transcurso de la guerra y una vez que esta culminó. Especialmente para Adorno fue importante considerar los elementos subjetivos desplegados por el fascismo que no cabían en la militancia. No solamente era la disputa por los recursos y la acumulación lo que se manifestó en Europa, sino la decadencia misma del mundo burgués cuya máxima expresión se realizó en la catástrofe llamada Auschwitz. La racionalidad instrumental, el mundo administrado, la violencia de la burocracia y las formas en que el capitalismo se manifiesta en la vida cotidiana, sembraron un terror que no puede ser separado del genocidio, aunque es claro que para estos pensadores, la potencia del fascismo no se reduce a su expresión concreta, sino que debe pensarse en torno a las condiciones abiertas por la racionalidad capitalista que hace posible el despliegue del fascismo.

En «Elementos del Antisemitismo», Horkheimer y Adorno15 presentan la doble dimensión de las relaciones sociales capitalistas en tanto producción y circulación y los efectos que tuvieron en el despliegue del antisemitismo burgués. En el plano de la producción, el lado «concreto» del capitalismo, los trabajadores experimentaban (obviamente aún lo hacen), además de las pésimas condiciones laborales, la violencia del salario como representación de la separación de su creación. Sin embargo, esta miseria no bastó para que salieran en hordas rebelándose por las calles. Por el contrario, el dominio oculto de la mercancía dispuso al encargado de la circulación, al comerciante, como la encarnación de un mal total: «el comerciante les muestra la letra que ellos han firmado al industrial. Aquél hace de alguacil de todo el sistema y atrae sobre sí el odio que debería recaer sobre los otros».15(219)

La crítica que Adorno continuó desarrollando durante toda su vida, fue muy importante para comprender la dimensión objetiva del capitalismo y su relación con el fascismo. En «¿Qué significa reelaborar el pasado?»17 establece que «la ideología dominante hoy se define por el hecho de que las personas, cuanto más dependen de constelaciones objetivas que no controlan o no creen controlar, tanto más subjetivizan esta impotencia»,17(§ 8) El argumento resuena en su expresión del fascismo como una mezcla de «King Kong y peluquero de barrio»: en una sociedad caracterizada por la sumisión del individuo frente a la dominación impersonal que descompone la vida, se abraza la pertinencia al grupo en tanto omnipotencia elemental de la identificación como fuerza colectiva (la sustitución de un superyó por el ego grupal, indica Adorno). Es decir, es la sumisión del individuo al todo salvador y por lo tanto el sentimiento de pérdida del individuo mismo, que por supuesto no se limita a la categoría burguesa, sino a su existencia misma reprimida por la violencia de la totalidad. Las relaciones sociales capitalistas no pueden agotarse en la inmediatez, en la distribución y la circulación, sino que tienen un efecto que atraviesa la existencia misma donde el fascismo se vuelve una latencia preñada por el valor.

Apuntes para la elaboración de un concepto crítico del fascismo

El fascismo exotérico, con su énfasis contrarrevolucionario, ha sido ampliamente aceptado por un sector importante de la izquierda contemporánea. Su cuerpo se ha adjetivado y llenado de prefijos para dar cuenta de una particularidad que sostiene paralelismos con el fascismo nacido en el periodo de entreguerras. En su perspectiva, se gesta una oposición entre fascismo y democracia que solamente puede ser cierta si se piensa desde el punto de vista del totalitarismo y el fascismo equiparado a la dictadura. Democracy in Europe Movement 2025 - DiEM25 en el norte o el Grupo de Puebla en América Latina, por ejemplo, han establecido una movilización progresista, desde la democracia, para bloquear la inserción de los fascistas en el Estado. Puede que la tarea sea genuina, pero su concepto se ve incapacitado de contener al fascismo al interior de sus mismas fuerzas.

En cambio, el fascismo desde la perspectiva esotérica, no pierde de vista el famoso comentario de Adorno sobre el peligro mayúsculo que supone su supervivencia en la democracia, más que la tendencia contra la misma. Su forma social no puede reducirse a su agenda política, sino que debe interpretarse/combatirse en tanto la relación intrínseca que sostiene con el capital, lo que incluye a la modernidad civilizada.

Mucho se ha comentado sobre la violencia como elemento nuclear del fascismo, una potencia genocida que ya se ha realizado en la historia, pero si su naturaleza se trenza con la violencia del capital, no puede ser simplemente una construcción del enemigo en términos de Carl Schmitt,18 sino de la generación de fronteras que ya está contenida en la identidad del despliegue del capital. Precisamente, la particularidad de la violencia en el capital no es solamente el mundo de las condiciones laborales o la injusticia de la distribución de la riqueza, sino la constitución del trabajo socialmente abstracto como sustancia del valor, como mediación absoluta de las relaciones sociales.

La relación del fascismo con el capital no consiste en la violencia desenmascarada para garantizar el reparto desigual de los frutos del trabajo, sino en su lucha fetichizada contra la dominación abstracta, contra el valor finalmente. Moishe Postone19 ilustró muy bien este argumento en 'La lógica del antisemitismo', aunque habría que trasladar su interpretación a las características que expone el fascismo en general. También, sumado a la argumentación de Postone,19 es vital no considerar que el trabajo socialmente abstracto es una oposición real al trabajo concreto. Las expresiones de lo concreto, la dimensión del valor de uso en la mercancía, también forman parte de la movilización fascista, como se refleja ampliamente en el discurso de las raíces que se repite una y otra vez, y definitivamente está mediada por la dinámica del capital.

Ha sido igualmente popular la descripción del fascismo a partir de su racismo, xenofobia, misoginia y otras formas terriblemente represivas. Pero la diferencia del primero con estas últimas no es necesariamente una cuantitativa, no se trata de que el fascismo sea más explícitamente racista que otras relaciones sociales, o que su núcleo radique en la suma de todos estos tipos de violencia. Más bien la diferencia es de carácter cualitativo. El tipo de racismo, por ejemplo, presente en el fascismo es particularmente moderno. Esto quiere decir que no toma por principio la diferenciación racial como instrumento para alcanzar un objetivo, sino que la fija como amenaza, como fin. El genocidio perpetrado por los colonizadores en América fue profundamente racista, pero en la medida en que el cuerpo inferior de las víctimas era el dispositivo para la producción y acumulación mercantil, no en tanto amenaza irracional a la existencia. La agresividad contra las mujeres contenida en el fascismo, que cuando se expresa en términos militantes se vincula estrechamente a los grupos evangelizadores y otros movimientos religiosos, no es la misma que la presente en las formas patriarcales de sociedades precapitalistas, sino que esta se basa en un movimiento contra la amenaza a la vida, como lo ejemplifica la desesperación por controlar el cuerpo y la reproducción.

La diferencia cualitativa que presenta el fascismo se puede entender como una disputa contra la dominación abstracta que genera el capital. Obviamente, tenemos en el mundo representantes o agentes favorecidos en la maquinaria capitalista, pero la objetividad del capital, aquel movimiento que depende del sujeto pero parece que opera desprendido del mismo, va más allá de sus manifestaciones personales. La amenaza que representa el capitalismo contra la vida se fetichiza doblemente, como abstracta y como concreta: abstracta en tanto que la objetividad se acuerpa en grupos que cumplen los criterios de representación fantasmagórica (los judíos y el dinero, los migrantes y gitanos en tanto su carencia de nacionalidad, etc.); concreta porque se dispone de una esencia de lo social que bien puede expresarse en el discurso de las raíces, de la comunidad concreta que ánima a la superación del miedo y el dolor y que definitivamente es mediada por la dinámica del capitalismo:

La crítica alemana, para la que el formalismo kantiano era demasiado racionalista, mostró su color sangriento en la praxis fascista, que la hizo depender de la apariencia ciega, de la pertenencia o no a una determinada raza, a la que había que matar. El carácter aparente de tal concreción, el hecho de que las personas fueran subsumidas bajo conceptos abstractos con total abstracción y tratadas en consecuencia, no borra la mancha que desde entonces mancha la palabra "concreto". Pero esto no invalida la crítica a la moral abstracta. Ni ésta ni la ética del valor supuestamente «material», cargada de normas efímeras y eternas, bastan ante la constante irreconciliación de lo particular y lo universal.20(221)

El fascismo, entendido desde este punto de vista, no puede considerarse exclusivamente como una forma de gobierno o un movimiento político, sino como una práctica social impersonal y adaptativa. Pero este concepto no busca ser positivo: de primera vista quizá su propuesta genere ansiedad, una sensación asfixiante porque parece que su oposición no tiene lugar, que más bien solo nos queda asumir el diagnostico. En realidad, pretende ser todo lo contrario, prende asumir una posición no-idéntica, aunque por lo mismo no puede ofrecer un programa específico ni una estrategia exclusiva. Aún así, debe servir, en términos políticos, como reafirmación de que la práctica antifascista, que mucho hace por mejorar las condiciones de vida en la inmediatez, reitere una y cien veces que el problema central sigue siendo la existencia del capitalismo.

Nota de agradecimiento

Agradezco enormemente por los comentarios a este texto realizados en el curso «Estado y Capital» impartido por John Holloway durante la Primavera del 2022 en el Instituto de Ciencias Sociales y Humanidades, Benemérita Universidad Autónoma de Puebla - BUAP.

 

aEl proyecto es todavía más limitado cuando se considera que solo se pueden establecer algunos paralelismos con el periodo de entreguerras, porque aún no existe una manifestación que se asemeje en grado a lo ocurrido en los años 1930 en Europa.
bEsta denominación del fascismo exotérico y esotérico está inspirada en el trabajo de Robert Kurz sobre Marx y sigue sus pistas para una clasificación analítica en términos críticos.
cA estos pensadores, habría que recordarles la potente declaración de Horkheimer: «quien no quiera hablar de capitalismo debería callar también sobre el fascismo».
dComo podemos notar, en las posiciones del «marxismo militante», por nombrarle de alguna manera, es difusa la línea que existe entre contrarrevolución e incapacidad del proletariado, aunque la interpretación nos conduce a dos maneras distintas de abordar el fenómeno.
eFrente al desvanecimiento de las categorías sociológicas de clase, una oposición entre «los de arriba» y «los de abajo», por ejemplo, ha emergido en muchos de los discursos de la izquierda, incluidos los espacios radicales.
fEs muy importante mencionar que las y los contribuidores a la interpretación exotérica también fueron parte de una experiencia brutal: no hay que olvidar que Gramsci y Trotsky fueron dos de las muchas víctimas del orden social. Sus intereses políticos influyeron notablemente en los análisis que realizaron, pero también fue crucial su interpretación teórica. Este comentario tiene que ser considerado un recordatorio de lo costosa que fue su posición, y por lo tanto merecen todo el reconocimiento posible, pero al mismo tiempo es también una defensa de la importancia de la teoría y lo que debe significar en nuestra época.
gDe hecho, esta era el único requisito que tenían que cumplir aquellos quienes eran apoyados por el Instituto en el exilio, que fundamentalmente fueron estudiantes y no figuras de renombre.
hEntre los textos más destacados de este debate, se encuentra el «Capitalismo de Estado. Sus posibilidades y limitaciones» de Pollock y el «Behemoth» de Neumann.

 

Referências
1. Hobsbawm E. Historia del siglo XX. Buenos Aires: Crítica; 1998.

2. Griffin R. The nature of fascism. London: Routledge; 1993.

3. Brissette E. The prefigurative is political: on politics beyond 'The State'. En: Dinerstein A, editor. Social science for another politics: women theorising without parachutes. London: Palgrave Macmillan; 2016. p. 109-20.

4. González Cruz E. From revolution to democracy: the loss of the emancipatory perspective. En: Dinerstein AC, García Vela A, González Cruz E, Holloway J, editores. Against a closing world. London: Pluto Press; 2019. (Open Marxism, Vol. 4).

5. Kurz R. Marx 2000: la importancia de una teoría dada por muerta para el siglo XXI. Constelaciones Rev Teor Crit. 2016;(8-9):28-45.

6. Horkheimer M. Los judíos y Europa. Constelaciones Rev Teor Crit. 2012;(4):2-24.

7. Postone M. Time, labor, and social domination: a reinterpration of Marx's critical theory. New York: Cambridge University Press; 1993.

8. Thalheimer A. Sobre el fascismo. [lugar desconocido]: Sociedade Futura; 1930 [citado 13 out 2020]. Recuperado de: https://sociedadfutura.com.ar/2020/10/13/august-thalheimer-sobre-el-fascismo/

9. Zetkin C. Fighting fascism: how to struggle and how to win. [Chicago]: Haymarket Books; 2017.

10. Gramsci A. Italia y España. En: Clavería C, editor. El fascismo: la sombra negra de cien años de barbarie. Madrid: Altamarea; 2019.

11. Trotsky L. La lucha contra el fascismo: el proletariado y la revolución. Ciudad de México: Fontarama; 2017.

12. Jay M. La imaginación dialéctica: historia de la escuela de Frankfurt y el Instituto de Investigación Social (1923-1950). Madrid: Taurus; 1979.

13. Pollock F. Sobre el capitalismo de estado. Ennegativo Ediciones; 2019.

14. Neumann, F. Behemoth: pensamiento y acción en el nacional socialismo. Ciudad de México: Fondo de Cultura Económica; 1943.

15. Horkheimer M, Adorno T. Dialéctica de la ilustración: fragmentos filosóficos. Madrid: Trotta; 1994. Elementos del Antisemitismo; pp. 213-50.

16. Marcuse H. Tecnología, guerra y fascismo. Buenos Aires: Ediciones Godot; 2019.

17. Adorno T. Crítica de la cultura y sociedad. Vol. 2. Madrid: Akal; 2009. Libro eletrónico. ¿Qué significa reelaborar el pasado?

18. Schmitt C. El concepto de lo político. Madrid: Alianza; 2009.

19. Postone M. La lógica del antisemitismo. En: Postone M, Wajnsztejn J, Schulze B, editores. La crisis del estado-nación: antisemitismo-racismo-xenofobia. Barcelona: Alikornio Ediciones; 2001.

20. Adorno T. Dialéctica negativa. Madrid: Akal; 2014.