Crit Revolucionária, 2023;3:e003
Artigo original
https://doi.org/10.14295/2764-4979/CR_RC.2023.v3.19
i El presente escrito es una reflexión resultado del diálogo suscitado en el panel “¿Por qué (neo)fascismo? reconceptualizaciones y perspectivas para pensar América Latina”, realizado en el Congreso de la Asociación Latinoamericana de Sociología -ALAS- desarrollado en el mes de agosto del 2022 en la Universidad Nacional Autónoma de México.
ii Benemérita Universidad Autónoma de Puebla–BUAP, Facultad de Ciencias Políticas y Sociales. Puebla, Pue., México.
Autor de correspondência: Angela Navia angela.navia@alumno.buap.mx
Recebido: 24 jan 2023
Revisado: 24 mar 2023
Aprovado: 24 mar 2023
https://doi.org/10.14295/2764-4979/CR_RC.2023.v3.19
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El presente escrito se propone reflexionar sobre la existencia del fascismo en Colombia. El uso del concepto es motivo de debate en sectores académicos, sociales y políticos. Por un lado, se habla de la impertinencia de su uso al caer en una exageración o anacronismo; por otro lado, se opta por términos como autoritarismo o populismo. Por eso nos preguntamos: ¿es válido hablar de fascismo en Colombia? Para dar respuesta, el escrito se compone de dos partes. En la primera se reflexiona sobre algunas características del fascismo; se lo hace a manera de tesis que sirven para el análisis y la discusión. Desde estas premisas, en la segunda parte se posiciona el contexto de Colombia. Se hace énfasis en dos elementos: la militarización y el anticomunismo como forma de construcción de enemigo interno. La reflexión concluye que sí se han gestado y se mantienen prácticas fascistas en Colombia; en consecuencia, es viable y necesario el uso del concepto.
Descriptores: Fascismo; Colombia; Militarización; Anticomunismo; Enemigo interno.
FASCISMO NA COLôMBIA: MILITARIZAçãO, ANTICOMUNISMO E A CONSTRUçãO DO INIMIGO INTERNOResumo: Este escrito pretende refletir sobre a existência do fascismo na Colômbia. O uso do conceito é uma questão de debate nos setores acadêmico, social e político. Por um lado, fala-se da impertinência de seu uso ao cair em exagero ou anacronismo; por outro lado, optam-se por termos como autoritarismo ou populismo. Por isso nos perguntamos: é válido falar de fascismo na Colômbia? Para responder, a carta é composta de duas partes. A primeira reflete sobre algumas características do fascismo; é feito na forma de teses que servem para análise e discussão. A partir dessas premissas, na segunda parte se posiciona o contexto da Colômbia. A ênfase é colocada em dois elementos: a militarização e o anticomunismo como forma de construir um inimigo interno. A reflexão conclui que as práticas fascistas foram desenvolvidas e mantidas na Colômbia; consequentemente, é viável e necessário utilizar o conceito. Descritores: Fascismo; Colombia; Militarização; Anticomunismo; Inimigo interno. |
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FASCISM IN COLOMBIA: MILITARIZATION, ANTI-COMMUNISM AND THE CONSTRUCTION OF THE INTERNAL ENEMYAbstract: This writing intends to reflect on the existence of fascism in Colombia. The use of the concept is a matter of debate in academic, social and political sectors. On the one hand, there is talk of the impertinence of its use when falling into an exaggeration or anachronism; on the other hand, terms such as authoritarianism or populism are chosen. That is why we ask ourselves: is it valid to speak of fascism in Colombia? To respond, the letter is composed of two parts. The first reflects on some characteristics of fascism; it is done in the form of theses that serve for analysis and discussion. From these premises, in the second part the context of Colombia is positioned. Emphasis is placed on two elements: militarization and anti-communism as a way of building an internal enemy. The reflection concludes that fascist practices have been developed and maintained in Colombia; consequently, the use of the concept is viable and necessary. Descriptors: Fascism; Colombia; Militarization; Anti-communism; Enemy within. |
Hablar de fascismo suele remitirnos a un imaginario cinematográfico sobre campos de concentración. Nos señala un momento histórico y un lugar geográfico específico: la Europa del siglo XX. Sin embargo, la noción de fascismo sobrepasa este imaginario. No se limita a una etapa histórica o a un referente geográfico. Es un entramado de praxis, ideología, tipificación de la sociedad y también instauración de regímenes políticos. Reviste características generales y particulares para cada contexto.
Es por eso que mucho se dice, piensa y escribe sobre fascismo. No es para menos. En la actualidad se alude a neo-fascismo, post-fascismo, protofascismo etc. No es la intención de este texto profundizar sobre las diferentes corrientes teóricas o sobre el debate de estos términos. Aunque si se parte de una premisa: la necesidad de hablar sobre la vigencia del fascismo y, por tanto, comprender la importancia de las luchas antifascistas. Como bien lo expresa Zubiria:1
Los síntomas del retorno o persistencia del fascismo son una responsabilidad ética y académica. El asunto no puede limitarse a una disputa de términos (neofascismo, urfascismo, protofascismo, nuevo fascismo, fascismo societario, etc.), sino apuntar a la inminente conciencia de su peligro social y político.1(30)
El objetivo del presente texto es reflexionar sobre la presencia del fascismo en Colombia. El interrogante de partida es: ¿resulta válido hablar de fascismo en Colombia? ¿Por qué hablar de fascismo? La penetración en el tema evidenció que no es una tarea sencilla, no existen debates acabados o definidos. Todo lo contrario: el debate alrededor de los interrogantes ha sido objeto de disertaciones teóricas, mediáticas y políticas. Entre las complejidades sobresalen dos: 1) los elementos históricos y políticos del contexto de Colombia, en especial la existencia de un conflicto interno que dota de características propias al fascismo. Y 2) el amplio uso del término. El uso del concepto es tan habitual que se entreteje con nociones como autoritarismo, racismo, xenofobia etc. También se lo ha apropiado como un discurso combativo o de denuncia. Situación que conlleva al ensanchamiento excesivo del término y al peligro, en este caso, de ser el todo y diluirse en la nada y la abstracción.
La presente reflexión no es una disertación cerrada; por el contrario, pretende ser una provocación para el análisis sobre las luchas antifascistas. Tampoco se trata de una disertación teórica sobre el fascismo. Es una disertación reflexiva y argumentativa sobre la pregunta señalada. Desde esta perspectiva, no se pretende aplicar una lista de chequeo de las características o anatomía del fascismo para el contexto de Colombia. Hacerlo así sería limitar el análisis, olvidar las características propias del país y cerrar la retroalimentación entre la teoría y la realidad.
El texto se compone de dos apartados. En el primero se elevan algunas premisas desde donde se pretende posicionar el análisis de Colombia ante el fascismo. Se exponen a manera de tesis en la medida que no son alusiones cerradas o terminadas sobre el fascismo. Desde el marco analítico que brindan las tesis, la segunda parte se ocupa de exponer el contexto de Colombia. Se profundiza en dos elementos: la militarización y la configuración del enemigo interno en relación con la lucha anticomunista. Factores interrelacionados y enmarcados en las características generales del fascismo. Este análisis conlleva a concluir que en Colombia históricamente se han gestado practicas fascistas que se mantienen hasta el presente.
La intención no es partir de una definición de fascismo o de una especie de listado con una tipología sobre fascismo. Se opta por unas premisas, a modo de tesis, que permitan abrir el análisis para comprender el caso colombiano.
El fascismo es un proceso histórico de la modernidad y del desarrollo del capitalismo. Es producto del antagonismo social propio de la dinámica del capitalismo en el siglo XX hasta la actualidad. Esto permite evaluar, al menos, dos elementos. Primero, no es posible analizar el fascismo sin asumir las condiciones materiales, sociales y subjetivas que forja el capitalismo. Segundo, como bien lo resalta De Zubiria «[e]l fascismo nunca será una tendencia antisistema, se usará para legitimar el capitalismo en sus crisis; se opondrá siempre a cualquier proyecto emancipatorio para restaurar una modernidad capitalista totalitaria».2(15)
Esta premisa demanda comprender la formación de los Estados latinoamericanos desde el desarrollo del capitalismo global. En especial comprender las características en la configuración del Estado Nacióna.
a No será este el objetivo central del texto. Se aludirá a algunos elementos generales que permitan comprender la discusión planteada.
El fascismo no es cuestión del pasado. Suele creerse que es un concepto o idea anacrónica: fue un suceso entreguerras, no es el tiempo, momento y contexto y otras afirmaciones que aseguran que hoy ya no tiene cabida el uso del concepto. Estas consideraciones son erradas. El fascismo no es un paréntesis del siglo XX en un continente especifico. La tesis anterior permite develar que, al ser parte de las contradicciones en el desarrollo del capitalismo, es factible su existencia, readecuación o acomodamiento a las nuevas dinámicas sociales en el marco del capital. Se trata de «entrever, advertir, las formas posibles de un fascismo del siglo XXI, no la reproducción del fascismo de entreguerras».3(3)
La idea de dejar atrás el fascismo como situación del pasado no es ingenua. En el fondo es la disputa por la historia y por la comprensión del pasado/presente. Theodor Adorno4 explica que el afán de dejar atrás el nacionalsocialismo alemán responde, entre otras cosas, a la necesidad de continuar viviendo como nación como si nada hubiese pasado. El pensador de Frankfurt escribe:
Se tiene la voluntad de liberarse del pasado: con razón, porque bajo su sombra no es posible vivir, y porque cuando la culpa y la violencia sólo pueden ser pagadas con nueva culpa y nueva violencia, el terror no tiene fin; sin razón, porque el pasado del que querría huir aún está sumamente vivo. El nacionalsocialismo sobrevive, y hasta la fecha no sabemos si solamente como mero fantasma de lo que fue tan monstruoso, o porque no llegó a morir, o si la disposición a lo indescriptible sigue latiendo tanto en los hombres como en las circunstancias que los rodean.4(15)
El olvido, advierte Adorno, no es un hecho inconsciente; es la consciencia social «demasiada despierta».4 Un proceso social que necesita situar un pasado cerrado en el tiempo. Es la misma idea de negación, cierre u olvido de los procesos de represión vividos en el siglo XX en Latinoamérica.
Por tanto, el uso del concepto Fascismo es también la disputa por la historia. Al respecto, resulta acertada los aportes de Reinhart Koselleck5 sobre la no naturalidad del uso o no de los conceptos. Sobre esto nos ocupamos en la siguiente tesis.
Es necesario el uso del concepto. En la actualidad se desplaza por otros como populismo o autoritarismo. Si bien es cierto que existen delgadas líneas semánticas entre estas nociones, resulta importante no diluir el concepto; como se ha resaltado, desde un análisis histórico y sin olvidar los antagonismos sociales, el fascismo es propio de una etapa histórica a la que, con sus cambios y dinámicas, continuamos asistiendo.
Hoy, para asumir el fascismo es pertinente reflexionar en forma diacrónica y sincrónica. En los aportes a la historia de los conceptos, Koselleck resalta la necesidad de asumir los conceptos en las dos dimensiones. Sincronía hace referencia al presente del acontecimiento y diacronía es la profundidad temporal vigente en un acontecimiento actual. Para Koselleck «diacronía y sincronía están necesariamente entrelazadas en el plano lingüístico. El concepto posee un impulso histórico que lleva a la innovación, pero asimismo también numerosos aspectos de discreta permanencia o de repetición».5(165)
No son dos escenarios excluyentes; por el contrario, la relación entre los dos permite la revisión de cambios y permanencia del concepto. Se trata de enlazar dialécticamente los dos momentosb. El impulso histórico del fascismo nos remite al fascismo clásico: su raíz, contexto, momento temporal y geográfico especifico. Pero también permite comprender, de manera sincrónica, las innovaciones y cambios en el tiempo y en el espacio.
b Koselleck toma estas nociones de Saussure en el desarrollo de los campos lingüísticos. Sin embargo, aclara que lo hace como marco analítico y no como herramienta meramente del lenguaje que hace el lingüista suizo.
Esta idea conlleva a rechazar todo intento de asumir una lista cerrada de características del fascismo clásico en cotejo con diferentes realidades (en este caso de Colombia). Pero, a la vez, hace el llamado para no olvidar su impulso histórico.
El militarismo es una característica del fascismo y, en concordancia, no concilia con el pacifismo. El establecimiento de un orden, de un estatuto quo nacional propio del fascismo, no es posible sin el ascenso militar. Si analizamos el impulso histórico del fascismo (su emergencia en Europa del siglo XX), vemos que está determinado por el ascenso de la guerra.
Para Walter Benjamín,6 la crítica al fascismo implícita la crítica a la guerra. En el texto «Para una crítica de la violencia», en el capítulo sobre teorías del fascismo alemán, una reseña sobre los ensayos de Jünger escrita en 1930 hace la advertencia de que el fascismo ascendente es el culto a la guerra de la nación alemana:
heló aquí: La guerra «la guerra eterna» así como la anterior de la que tanto se habla, sería la más elevada expresión de la nación alemana. A estas alturas debería estar claro que detrás de la guerra eterna se esconde una noción del culto, mientras que tras la última se esconde la noción de la técnica.6(50, destaque do original)
Desde esta perspectiva, en el fascismo no converge el pacifismo. No le importa, ni le interesa. Incluso sus expresiones son asumidas como enemigo. Así lo resalta Umberto Eco7 en los 14 síntomas sobre el fascismo eterno:
Para el Ur-Fascismo no hay lucha por la vida, sino más bien, «vida para la lucha». El pacifismo es entonces colusión con el enemigo; el pacifismo es malo porque la vida es una guerra permanente. Esto, sin embargo, lleva consigo un complejo de Harmaguedón: puesto que los enemigos deben y pueden ser derrotados, tendrá que haber una batalla final, de resultas de la cual el movimiento obtendrá el control del mundo. Una solución final de ese tipo implica una sucesiva era de paz, una Edad de Oro que contradice el principio de la guerra permanente. Ningún líder fascista ha conseguido resolver jamás esta contradicción.7(9)
El culto a la guerra y rechazo al pacifismo no es únicamente propio de regímenes dictatoriales. O de momentos donde se anula la idea de un Estado de Derecho. Se trata de una característica que puede sobrevivir y sobrevenir en cualquier circunstancia, incluida la democracia.
El Fascismo vive y convive con la democracia y con el discurso de los derechos humanos. No es real que la democracia sea antagónica al fascismo. Sus expresiones pueden nacer del seno de democracias liberales que, a la vez que impulsan las relaciones mercantiles propias del capitalismo, necesitan de prácticas que mantengan el statu quo y el orden dominante.
Uno de los argumentos para negar la existencia del fascismo, en especial en Latinoamérica, es que no han existido regímenes fascistas. Esta posición olvida que el fascismo no solamente es un régimen. También es una ideología, una visión del mundo e incluso una cultura.8 Resaltando este elemento, se afirma que es una cultura por cuanto «quería transformar el imaginario colectivo. Modificar los estilos de vida».8(11) En este sentido, el entrelazamiento entre el fascismo como cultura, ideología, y proyecto político hace que pueda gestarse y coexistir en las democracias liberales.
Igualmente, el fascismo actual puede usar le discurso de los derechos humanos para elevar practicas militaristas, policivas o de disciplinamiento.
No oculta su pasión por los poderes autoritarios, peticiona leyes de seguridad, mayor intervención de la inteligencia policiva, permisividad de la tortura, pena de muerte, poderes unidimensionales, etc., pero a diferencia de sus antecedentes no critica directamente la democracia o los derechos humanos. Puede mezclar demagógicamente frases como «seguridad democrática», «guerra» preventiva», «dictaduras necesarias», «armamentismo sano», etc.; por momentos se comporta como una de las especies de «ilustración racista».1(33, destaques do original)
En su momento, Adorno4 advirtió que «la supervivencia del nacionalsocialismo en la democracia es potencialmente mucho más amenazadora que la supervivencia de tendencias fascistas contra la democracia».4(12) Una advertencia actual, pues se trata de una especie de expresiones fascistas camaleónicas que incluso usan aparentes discursos demócratas o humanitarios para esconder sus prácticas.
En síntesis, el fascismo de hoy, que convive en democracias liberales, puede expresarse de diferentes maneras. Retomando a Eco:
Debemos prestar atención a que el sentido de estas palabras no se vuelva a olvidar. El Ur-Fascismo está aún a nuestro alrededor, a veces con trajes de civil. Sería muy cómodo, para nosotros, que alguien se asomara a la escena del mundo y dijera: «¡Quiero volver a abrir Auschwitz, quiero que las camisas negras vuelvan a desfilar solemnemente por las plazas italianas!». Por desgracia, la vida no es tan fácil. El Ur-Fascismo puede volver todavía con las apariencias más inocentes. Nuestro deber es desenmascararlo y apuntar con el índice sobre cada una de sus formas nuevas, cada día, en cada parte del mundo.7(14)
Una característica clásica del fascismo es el anticomunismo. Una de las expresiones fue su uso como detención de un proyecto político. Sin embargo, desde un lente de análisis sincrónico y situado para el caso de América Latina, esta característica no se agota en dicha idea. Hoy no asistimos a la urgencia de la detención del comunismo en el mismo sentido de mediados del siglo XX. Sin embargo, los procesos político-militares e ideológicos en el continente generaron una idea ensanchada de comunismo que sirvió como herramienta de clasificación entre lo que mantiene el orden y lo que atenta contra el orden. Fue (es) el prisma para crear y perseguir enemigos. Para clasificar a la sociedad.
En el fascismo se asume los sujetos como objetos. No importa la esencia de los sujetos en cuanto lo que interesa es generar una «masa» de población uniforme.
El totalitarismo considera a las masas no como seres humanos autónomos, que deciden racionalmente su propio destino, y a quienes hay que dirigirse, por tanto, como sujetos racionales, sino como objetos de medidas administrativas, a quienes hay que enseñar, por encima de todo, a ser humildes y obedecer órdenes.9(11)
En esta masificación se clasifica los sujetos. Crea una alteridad que requiere doblegarse o acabarse. En otras palabras, el fascismo no existe sin la creación de un otro, de un diferente. Para la actualidad, resulta vigente la advertencia de Adorno sobre la creación de «espectros» que genera esa alteridad: «La propaganda fascista ataca más a espectros que a sujetos reales, es decir, constituye una imagen del judío o del comunista y la destroza sin preocuparse mucho por la correspondencia entres esta imagen y la realidad».9(11)
Uno de los pilares desde donde emerge la identidad y, por tanto, la creación de espectros lo que no entra dentro de esta identidad, es la idea de nación. A partir de ella se crea la concepción de que esa identidad es totalizante y única. Adorno señala que la idea de nación tiene «la suficiente fuerza como para unir a cientos de millones en torno a objetivos que no pueden considerar como suyos en un sentido inmediato».4(24) Se trata de un falso discurso de una sola identidad, un solo objetivo. Lo que no encajaba en la idea de nación alemana era merecedor de una delirante y esquizofrenia persecución:
[…] pudo el nacionalismo convertirse en algo enteramente sádico y destructivo. De este cuño era ya la furia del mundo de Hitler contra todo lo que era diferente, el nacionalismo como sistema paranoico de locura; la fuerza de atracción precisamente de estos rasgos no es hoy sin duda menor. La paranoia, el delirio persecutorio que acosa a los otros, sobre los que proyecta cuanto él mismo desea, se contagia.4(25)
Incluso, la masificación dentro de la noción de nación implica prefiguraciones corporales y estéticas. «La cultura fascista exaltaba la acción la viralidad, la juventud, el combate, traduciéndolos en cierta imagen del cuerpo, en ciertos gestos, emblemas, símbolos que debían redefinir la identidad nacional».8(111) Todo esto creó una especie de naturalidad burguesa que implica su antítesis: lo antinatural, lo que no encaja en los valores de la nación.
Con los cambios de dinámicas y épocas, en la actualidad y en los países latinoamericanos la figura de Nación sigue siendo el eje desde donde emerge una identidad homegenizante. Desde esta idea se siguen erigiendo nuevas clasificaciones donde existe un modelo de sujeto, de masa, un buen pueblo:
Existe un «buen pueblo», un «nosotros» (varonil, homófobo, antifeminista, antiaborto, indiferente a la contaminación ambiental y hostil al intelectualismo) y un «mal pueblo» (inmigrante, drogadicto, marginal, inmoral, etc.), y existe un «enemigo interno» (los migrantes que quitan el empleo a los nacionales).1(33, destaques do original)
Teniendo en cuenta las premisas anteriores, se analiza el contexto de Colombia. Sin desconocer ninguno de los planteamientos, pues, como se dijo, son un conjunto de ideas interrelacionadas, nos centraremos en las tesis cuarta y sexta como intento de argumentar porqué en el contexto de Colombia han existido y existen estas dos características del fascismo.
Estos dos elementos son la militarización y la creación de una alteridad que se persigue y elimina. En este caso, se hace énfasis sobre la alteridad política, de manera específica en la configuración de lo que se conoce como enemigo interno, lo cual tiene unas bases anti- insurgentes y anticomunistas.
Colombia es un país que vive una confrontación interna desde hace más de cinco décadas. El conflicto se asienta sobre las características de la constitución del Estado Colombiano desde inicio del siglo XX. Las cuales van a la par del desarrollo de las fases del capitalismo. La forma prevaleciente de acumulación capitalista en Colombia ha sido la violencia y el despojo.10(5) Es por eso que, para Alfredo Molano, el inicio del conflicto armado reciente (el que se asienta a mediados del siglo XX) «comienza con la Violencia. Y la Violencia está asociada a dos factores originarios que se influyen mutuamente: el control sobre la tierra y sobre el Estado».11(5)
De este entendimiento, el conflicto que padece Colombia no solo es de tipo armado. También reviste confrontaciones sociales y políticas. Incluso, la etapa armada de los procesos de subversión responde a la dinámica de la lucha de clases. Como bien lo afirma Estrada: «Contrainsurgencia y subversión son inherentes al orden social capitalista imperante en nuestro país. Si la subversión asumió también la expresión de la rebelión armada, ello se explica esencialmente por las condiciones histórico-concretas».10(6)
Tenemos, entonces, que, así como el fascismo se enmarca en el proceso propio del capitalismo, la sobrevivencia, dinámica y permanencia del conflicto interno de Colombia también se ubica en este marco.
En este contexto, so pretexto de la detención de la insurgencia armada, el Estado Colombiano se revistió de una política militarista visible en dos elementos centrales. Primero, en la consolidación de un Estado con un arsenal militar de elevada magnitud. Se trata de un culto a lo militar, a sus herramientas y técnicas. Elemento que, si bien no puede decirse que por sí solo es fascismo, si es coherente e inherente con los regímenes e ideologías fascistas. Luego, un estado altamente militar tiene mayor propensión al ascenso de un régimen totalitario.
Segundo, se militarizó la confrontación política. En el contexto del conflicto, con los presupuestos señalados, el adversario político para el Estado y las clases dominantes se confrontó por la vía militar. Pero, además, la idea de adversario fue indiscriminada: no importa si en realidad era el contrincante en la confrontación. Estos elementos son propios de las practicas fascistas. Sin embargo, en el caso de Colombia se camuflan con los discursos sobre las leyes de la guerra: acabar al enemigo.
Una de las herramientas que incidió en tomar el rumbo expuesto fue la aplicación y adaptación de la Doctrina de Seguridad Nacional. Si bien se empleó en América Latina como la variante de la seguridad nacional surgida en Europa después de la segunda guerra mundial, el contexto propio de Colombia la retroalimentó con elementos que incluso la hacen pervivir hasta la actualidad. Veamos.
En términos generales, la Doctrina de Seguridad Nacional implica «una concepción militar del Estado y del funcionamiento de la sociedad, que explica la importancia de la «ocupación» de las instituciones estatales por parte de los militares».12(75, destaque do original) En su génesis y desarrollo la esencia de la doctrina fue perseguir dos elementos: el enemigo interno y la lucha contra el comunismo. Si bien desde la década de 1960, en los discursos oficiales se posicionó como enemigo a la insurgencia armada, lo cierto es que la construcción de enemigo va a marcar una característica propia del Estado Colombiano: posicionar como enemigo todo adversario, armado o no, del orden establecido y los supuestos intereses supremos del país.
Desde la interiorización de la Doctrina de Seguridad Nacional se ayudó a consolidar una suerte de Estado reactivo ante la diferencia, los procesos de autogestión, las exigencias sociales y, en general, a todo aquello que sale de la identidad del Estado Nación. Esto no solo se materializa en las acciones militares, se acompaña de la generación de un imaginario colectivo que busca implementar una idea social y cultural de lo que es bueno para el país. Se trata de una especie de subjetividad que se sienta sobre la falsa idea del buen orden y/o de la seguridad. Esto genera justificantes y propicia violencia cultural.
De manera institucional, en el año 2011 se instauró un proceso de cambio de la doctrina de las fuerzas militares para instaurar la Doctrina Damasco, con la idea–según el gobierno de Juan Manuel Santos (2010-2018)– de dejar atrás la Doctrina de Seguridad Nacional. El gobierno de Iván Duque (2018–2022) prefirió dejar de lado esta transición. Retomó los postulados de la Doctrina de Seguridad Nacional.
Independientemente de los intentos de cambio acorde a los gobiernos de turno, las practicas propias de la Doctrina de Seguridad Nacional se construyeron como una política de Estado. El proceso de interiorización de la doctrina tiene un arraigo histórico que no se elimina con decretos. Además, las ideas de esta doctrina sobrepasaron las fuerzas militares; se interiorizó en las elites dominantes; luego, hace parte de sus formas de lucha. Si bien la Doctrina de Seguridad Nacional son los preceptos que guían a las fuerzas armadas, no se limitaron a este campo. Como se resaltó, esta idea forjó una subjetividad en un sector de la sociedad que reproduce la idea del enemigo, del miedo ante el supuesto peligro que genera, el estigma e incluso justifica su eliminación.
Lo anterior permite concluir que la Doctrina de Seguridad Nacional no solo es una herramienta militar: es la visión de un orden social que debe luchar contra las expresiones que atente contra él. Esto explica el por qué sigue teniendo vigencia al interior de las fuerzas castrenses y de ciertos sectores de la sociedad colombiana.
Ahora bien, veamos con mayor detalle la lucha anticomunista en Colombia. Como se dijo en la tesis sexta, el anticomunismo es propio del fascismo. Sin embargo, ¿en la actualidad es válido mantener esta idea? Para el caso que nos ocupa, el contexto de Colombia, la respuesta es sí.
Se dijo que una de las practicas históricas en Colombia es la creación de enemigos, de una otredad, de un adversario que se combate militarmente. Una persecución desaforada a este otro que incluso pueden ser espectros, como lo dice Adorno. Una de las herramientas para la creación de ese enemigo fue la lucha contra el comunismo o el anticomunismo.
¿El anticomunismo de ayer es el de hoy? Se trata de una especie de ¿vino viejo en botella nueva? Por las dinámicas históricas sería un yerro afirmar que se trata del mimo anticomunismo. Ha tenido variaciones con la dinámica histórica. Más allá de las características de cada época, lo que interesa resaltar es que la idea del anticomunismo, con sus cambios, sigue presente en Colombia.
Si bien es cierto que el anticomunismo se prevé como la forma de detener el proyecto político o, dicho de otra forma, de detener la revolución; también lo es que fue la plataforma, discursiva y práctica, para generar una alteridad política que debía eliminarse. Esto último sin importar si se trata o no de comunismo; si existe o no un proyecto revolucionario. Recordemos que para la propaganda fascista, como bien lo advierte Adorno,(9) no importa si el discurso coincide con la realidad. De esta forma emergió en Colombia un anticomunismo particular, incluso desde antes de la guerra fría–como lo veremos más adelante–que se ha mantenido hasta el presente.
Inicialmente, desde 1920 y las primeras décadas de la guerra fría, el anticomunismo se concentró en detener un proyecto político. La idea clásica de detener la revolución comunista. En la década de 1920 se emplearon diferentes mecanismos para detener la propagación de la revolución rusa.
Uno de los mecanismos fue la expedición de le leyes que, desde la lógica de la hegemonía conservadora, detenga cualquier expresión comunista. El 26 de abril de 1927 se firma el decreto que faculta a la policía detener cualquier expresión de organización política, esto como antesala a la conmemoración del 1 de mayo.13 En noviembre del mismo año se expide la ley 103 que endurece la regulación sobre inmigración, en especial, de personas que promulguen doctrinas comunistas o anarquistas. La ley más emblemática de este periodo fue la que se conoció como ley Heroica que buscaba detener la amenaza Bolchevique. Después de tensos debates en el legislativo, y de recibir oposición por parte de un sector del partido liberal, en septiembre de 1928 se aprobó la ley. Entre otros mecanismos, instituyó como delito la organización social, intento de subversión, de acciones que atenten contra el orden público, la familia y la propiedad privada. Algo llamativo de la ley es la creación de jueces de prensa. Se trató de jueces que entre sus funciones tenían la labor de revisar el contenido de la prensa y generar censura sobre su contenido.14
Con el advenimiento de la guerra fría se prosiguió con esta línea: generar todo tipo de herramientas, entre ellas las jurídicas, para detener el proyecto comunista. Desde 1950 la preocupación era detener el comunismo internacional. El momento coincidió con un contexto político propicio para que germinara este tipo de anticomunismo: la violencia desatada después del asesinato de Jorge Eliecer Gaitán en 1948; el ascenso a la presidencia del líder conservador, simpatizante del franquismo, Laureano Gómez en 1950; la llegada al poder del general Gustavo Rojas Pinilla.
En el periodo de Gustavo Rojas Pinilla, se emite el acto legislativo n. 6 del 14 de septiembre de 1954 «por el cual se decreta la prohibición del comunismo internacional»,13(18) cuyo artículo primero estableció: «queda prohibida la actividad política del comunismo internacional».13(18) En 1956 se expide el decreto n. 434 que se encargó de reglamentar el acto legislativo. «Según la medida de Rojas, era necesario reglamentar la prohibición del comunismo internacional, pues «dicha actividad atenta contra la tradición y las instituciones cristianas y democráticas de la República, y perturba la tranquilidad y el sosiego públicos».13(19)
Estas disposiciones marcaron un nuevo rumbo en la lucha de clases en Colombia. En primer lugar, el Partido Comunista fue obligado a entrar en la clandestinidad, pero, además, la regulación y la censura se extendía a toda expresión comunista, o, más bien, las que las autoridades asumieran que eran comunistas14. En segundo lugar, en las zonas rurales empezaba la persecución y bombardeo a campesinos que demandaban tierras y buscaban formas autogestionarias de organización social.
Este clima conllevó a una especie de delirio comunista: perseguir a toda persona o expresión que este por fuera del statu quo, del Estado y sus intereses, que son las de las elites. Es por eso que hablamos del ensanchamiento del anticomunismo: no solo es la detención de procesos revolucionarios, es la herramienta para generar alteridad y eliminarla. Es una especie de un burdo anticomunismo: no escatima, ni le interesa, sustentos ideológicos o reales. Se aplica para todo aquello que quiera determinarse como enemigo.
El anticomunismo se combina con las luchas anti insurgentes. Cuando se alude a la existencia de estas prácticas suele caerse en dos errores: 1) considerar que empieza desde el surgimiento de las guerrillas en Colombia la década del sesenta–. Y 2) creer que sus destinarios únicamente son las insurgencias armadas.
Respecto a la primera, Renán Vega alude a la existencia de una contrainsurgencia histórica, gestada desde inicio del siglo XX. La refiere como contrainsurgencia nativa.15 Se trata de una persecución que se consolida desde la década del veinte para perseguir a toda persona que se considere de izquierda o, incluso, con ideas liberales. Desde entonces se actúa bajo la lógica de la creación y persecución de un enemigo.
En la contrainsurgencia es fundamental la construcción del enemigo, lo que se hace desde la década de 1920 cuando se larva la idea del comunismo como adversario supremo de los «valores sagrados» de la nacionalidad colombiana. Con la denominación genérica de comunismo se representa a un conjunto variopinto de sectores sociales, entre los que se incluyen a sindicatos, asociaciones campesinas y, en general, a aquellos que demanden reivindicaciones para mejorar sus condiciones de vida, en razón de lo cual deben ser combatidos. En Colombia, el anticomunismo es anterior a la emergencia de cualquier movimiento que se denominara comunista y en idéntica forma la contrainsurgencia surge antes de que existan los movimientos guerrilleros.15(11)
Se trata de la génesis de estereotipos que se consideran peligrosos para los intereses nacionales. Recordemos que, para la época, Colombia se encuentra bajo el dominio de la hegemonía conservadora instaurada desde 1903. Esta contrainsurgencia nativa gesta una característica que se ira fortaleciendo hasta el presente: el miedo.
La constitución en el largo plazo de un Estado contrainsurgente se origina en varios miedos complementarios de las clases dominantes: miedo al pueblo, miedo a la democracia y miedo a la revolución. Estos miedos se nutren con los estereotipos de los comunistas como malvados, bárbaros, salvajes y enemigos de Dios, la Patria y la Ley, que son el fermento del odio contrainsurgente que justifica de antemano la violencia que se ejerza contra esos «enemigos», tanto por el Estado como por particulares, Ese odio contrainsurgente se gesta en la década de 1920 y se alimenta del terror que suscitan las protestas sociales que se desencadenan en el país desde 1918.15(11, destaques do original)
Siguiendo el estudio de Vega Cantor, 15 la segunda fase de la política contrainsurgente corresponde a la época en el poder del partido liberal desde 1930. En este periodo «el anticomunismo es enarbolado desde los púlpitos por las jerarquías eclesiásticas, el grueso del partido conservador –como forma de manifestar su oposición a la República Liberal».13(17) Es una época donde se asume a las posturas liberales, no precisamente de izquierda, como los enemigos y se les asigna la etiqueta de peligro.
Explica Renan Vega que La guerra civil española fue usada como pretexto por los conservadores para satanizar el comunismo y al sector reformista del partido liberal. Plantearon en sus discursos una lucha entre el catolicismo y el comunismo ateo.15
Asistimos, entonces, a la consolidación de un Estado, dirigido y consolidado por las elites del país, con amplias raíces anti insurgentes. Pero, como se ha resaltado, esta visión también es interiorizada y difundida en diferentes sectores sociales. Uno de los ejemplos que se encuentra en los estudios históricos de la época es el surgimiento del grupo los Leopardos.
Se trató de un grupo de intelectuales que habían pertenecido al partido conservador. Entre los más destacados sobresale los nombres de Álzate Avendaño y Silvio Villegas. Ellos «agregaban el ingrediente fascista a ese clima preinsurrecccional de las derechas, sobre esta actitud influían en no poca manera el triunfo del Frente Popular en España, en febrero de 1936».14(290)
En general, su ideología se identificaba con el ascenso del nacionalsocialismo europeo. Coinciden en elevar las banderas de defender la patria a partir de los valores nacionales, el orden, la autoridad y la defensa de la religión católica.
Los Leopardos empezarían a gozar de un amplio reconocimiento al interior del Partido Conservador y en el contexto político en general. Alrededor del grupo de jóvenes conservadores empezaba a tomar forma un frente único conformado por la prensa católica de distintas regiones del país y algunas de las figuras políticas conservadoras más destacadas del momento, encargadas de una obra de reconstrucción intelectual y política del conservadurismo.16(135)
Suele subvalorarse la existencia de Los Leopardos; se advierte que no paso de ser una especie de grupo de estudio y de difusión de propaganda. Si bien es cierto, no puede olvidarse que la difusión de los principios fascistas o su propaganda no es elemento menor en la disputa por subjetividades. Si bien fue un grupo de su época, es la ejemplificación del surgimiento de diferentes expresiones sociales que han ido forjando, en concordancia con el tiempo, visiones nacionalistas y de culto al supuesto buen orden de la sociedad.
David Rincón16, en su investigación sobre el fascismo en Colombia durante el periodo 1936-1941, expone una obra casi inédita sobre el tema. Se trata del libro de Antonio Cusgüén17 escrito en 1934, donde hace un llamado a las organizaciones sindicales de la época sobre el advenimiento del fascismo. Desde el análisis de Cusgüén15 el país presentaba condiciones propicias para eso, en especial con el marcado nacionalismo y el ascenso de la ideología conservadora.
Tal como lo presentaba el autor, las condiciones del país a mediados de la década de 1930 generaban un ambiente propicio para el surgimiento del fascismo en el país, motivado por la tensión política, la fragmentación al interior de los partidos tradicionales y el auge del pensamiento de extrema derecha que se extendía entre los nuevos grupos del conservadurismo desde la década anterior.16(128)
La advertencia no era una exageración. Es una lectura de la época, pero también prospectiva de lo que podía gestarse. No se equivocaba. Si bien no se culminó en el ascenso de un régimen al estilo europeo, si se fue la incubación de un Estado que apropiaría esas visiones y prácticas y de una subjetividad en algunos sectores sociales. «[E]l flujo de ideas del franquismo y el fascismo y, en particular, la noción de «pureza de raza» que compartían sectores de las élites conservadoras y liberales, en el imaginario colectivo de una sociedad tradicional, rural y dividida en castas. Para ellos, la latinoamericana era una raza inferior por el componente indígena y negro de sus poblaciones».17(49)
Desde 1940 el anticomunismo «deja de ser una concepción exclusiva del partido conservador y de las jerarquías católicas para convertirse en la doctrina de Estado que justifica la persecución de la insurgencia popular, la instauración del Terrorismo de Estado y la alianza con Estados Unidos en el marco de la Guerra Fría».15(18)
Para la década de 1950 la combinación de la «contrainsurgencia nativa» con el anticomunismo de la guerra fría, desemboca en una especie de anticomunismo colombiano. Con rasgos y características propios. Como se dijo, no solo será la detención de la revolución, también será la persecución a lo que se considere peligroso para el orden nacional. Igualmente, mezcla la militarización con acciones que generan subjetividades, recoge las gestadas históricamente desde décadas atrás y las alimenta y dinamiza con el paso del tiempo.
Esa combinación desata y refleja lo que desde entonces será un miedo y, por tanto, un odio a lo popular, al pueblo, a la democracia directa, a los procesos comunitarios y comunales. Es el marco que gesta la alteridad, el enemigo. Tenemos, entonces, la configuración de una de las características del fascismo, como se expuso en la tesis sexta y séptima.
La construcción de este enemigo, el de ayer y el de hoy, se hace bajo un prisma dicotómico que clasifica personas y conductas. Así como el discurso en los treinta se centraba entre lo católico y lo ateo, en las décadas siguientes fue sobre el amigo/ enemigo; el civilizado/el insurgente; el buen ciudadano/ el no ciudadano; la gente de bien/ el vándalo.
Esta última dualidad se percibió en el pasado paro social que vivió Colombia en el 2021. Este fue el escenario donde, entre otras cosas, se reflejó el odio y las diferentes estrategias históricas que se han gestado en el país para contrarrestar este tipo de revueltas. Es la ejemplificación más reciente donde se evidenciaron practicas fascistas: la militarización de la protesta social, los asesinatos, las expresiones de odio y la configuración del enemigo.
Sobre esto último, vale decir, a manera de ejemplo, que uno de los enemigos creados en el paro del 2021 fueron los defensores y defensoras de derechos humanos. Se asumieron como parte de la neo configuración de la idea de enemigo interno. Por tanto, fueron el blanco de prácticas de violencia política por parte del Estado y sus diferentes estrategias.19 Recordemos que uno de los adversarios del fascismo es el pacifismo; luego, entonces, no resulta sorprendente que líderes y lideresas que defienden los derechos humanos y la construcción de paz sean el blanco de estas prácticas.
El interrogante inicial del presente texto es sobre la validez o no de hablar de fascismo en Colombia. Desde la reflexión realizada en estas páginas la respuesta es que sí es válido hablar de fascismo. La existencia de un escenario con un culto al militarismo, la militarización del adversario y la histórica tendencia a la construcción de enemigo ha generado espacios propicios para que en determinados momentos se materialicen con mayor fuerza las prácticas fascistas.
No son prácticas coyunturales, son históricas; no son esporádicas, han sido constantes; no son sueltas, están relación con los intereses económicos del Estado -Nación que no han sido diferentes al desarrollo del capitalismo. Son prácticas interiorizadas como política de Estado. Esto no quiere decir que en algunos gobiernos estas prácticas se hayan acentuado o materializado con más ahínco. Se trata, más bien, de comprenderlas como un proceso histórico.
El contexto del conflicto armado no solamente camufló algunas prácticas fascistas, como las descritas del enemigo interno o militarización del adversario político, también naturalizó esas prácticas so pretexto de la guerra interna. Es decir, en nombre de las acciones bélicas se esconden prácticas fascistas. Ejemplo de ello es la persecución, encarcelamiento y asesinato de líderes sindicales en la década de 1970 en el marco del estatuto de seguridad del presidente Julio Cesar Turbay. En años más recientes, específicamente en los periodos presidenciales de Álvaro Uribe Vélez (2002–2010), está el asesinato de civiles para hacerlos pasar como supuestos guerrilleros muertos en combate.c
c La Jurisdicción Especial para la paz, hasta la fecha, ha documentado 6.402 casos de asesinatos de esta naturaleza. En su mayoría se trata de hombres jóvenes campesinos o de barrios populares de algunas ciudades de Colombia. Se destaca muchos casos donde las víctimas tenían algún tipo de discapacidad. En Colombia se conocieron como los “falsos positivos”. En realidad, son un ejemplo de prácticas de exterminio a la población civil bajo el discurso de la guerra.
La Doctrina de Seguridad Nacional fue el escenario que alimentó esas prácticas fascistas. Promovió la creación de una subjetividad que permanece hasta la fecha. Las connotaciones propias de Colombia hacen que sea válido continuar analizando el anticomunismo como una característica en la configuración de esas prácticas. Se trata de develarlo como una política de Estado, con sus prácticas militares, pero, también, como la construcción de imaginarios sociales que han alimentado, justificado y generado violencia política y cultural en el seno de la sociedad colombiana.
Esas prácticas se gestaron y conviven en un Estado de Derecho, de democracia y en el marco del discurso de los derechos humanos. Por eso se pueden presentar o camuflar de diferentes maneras. El fascismo de hoy, específicamente en Colombia, no tendrá la forma de campos de concentración o de las imágenes de Auschwitz. Ha tenido y tiene otras imágenes que es necesario ver y visibilizar.
Por términos de espacio, el componente del paramilitarismo no se mencionó. Sin embargo, es un factor presente en las practicas militares y en la ejecución del enemigo interno. Igualmente, el accionar paramilitar ha sido una herramienta para promover e instaurar mediante la violencia un orden social deseado desde ideologías ultraconservadores. En investigaciones y reflexiones futuras es preciso ahondar sobre el papel del paramilitarismo en la ejecución y expansión de las practicas fascistas en Colombia.
Finalmente, por todo lo anterior, es preciso resaltar que las luchas antifascistas son pertinentes. Así como en la década del treinta se advertía sobre el ascenso del fascismo, en el siglo XXI el llamado contina vigente. En especial cuando se nublan con el dominio de discursos de la democracia liberal.
Es preciso asumir las expresiones y subjetividades fascistas sin olvidar su proceso histórico y su devenir en las características del presente. Esto último implica advertir y develar los discursos que enaltecen supuestas libertades y son camuflajes de visiones ultra-conservadoras.
No hay que olvidar que la lucha contra el fascismo es una lucha contra el capitalismo. Así como el capitalismo no es homogéneo y tiene fisuras para devenir en su demolición, el fascismo - en régimen, subjetividades y prácticas- también las tiene. Afirmar su existencia no implica aludir a una sentencia de su eterna presencia, como si la historia fuera cerrada. Es, más bien, el llamado para profundizar y no subvalorar las luchas antifascistas. Para la reflexión planteada en estas páginas se dirá, entonces, que en Colombia este tipo de luchas van de la mano contra la militarización y la deconstrucción de la idea de enemigo interno.
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